Falleció la gran poeta peruana Blanca Varela a los 82 años de edad
Era considerada como una de las voces poéticas más importantes de Latinoamérica. Fue reconocida con los premios más importantes, como el Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2001), el Federico García Lorca (2006) y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007).
Lamentable pérdida. Una de las voces poéticas más importantes de Latinoamérica, Blanca Varela, dejó de existir hoy en Lima, a los 82 años de edad.
La poetisa, nacida en Lima el 10 de agosto de 1926, fue galardonada con los premios más importantes de la poesía en español, como el Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2001), el Federico García Lorca (2006)y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007).
Se inició en la poesía en la Universidad de San Marcos, donde ingresó en 1943 para estudiar Letras y Educación.
A partir de 1947 empezó a colaborar en la revista Las Moradas, que dirigía Emilio Westphalen. En 1949 llegó a París, donde entraría en contacto con la vida artística y literaria del momento de la mano de Octavio Paz, una figura determinante en su carrera literaria, que la conectaría con el círculo de intelectuales latinoamericanos y españoles radicados en Francia.
De esta etapa data su amistad con Sartre, Simone de Beauvoir, Michaux, Giacometti, Léger, Tamayo y Martínez Rivas, entre otros.
Después de su larga temporada en París, Varela vivió en Florencia y luego en Washington, ciudades donde se dedicó a hacer traducciones y eventuales trabajos periodísticos.
En 1959 publicó su primer libro Este puerto existe, en 1963 Luz de día y en 1971 Valses y otras confesiones. Luego, en 1978, realizó su primera recopilación fundamental con su escritura Canto villano.
Finalmente apareció su antología de 1949 a 1998 con el título Como Dios en la nada.
Acá los dejamos con Puerto Supe, uno de los poemas más reconocidos de Blanca Varela:
Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo,
sombra veloz, nubes de espanto,
oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.
¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!
Allí destruyo con brillantes piedras la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro
escapa y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.
Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación,
un mismo tiempo de chorreantes dedos
y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.
Amo la costa,
ese espejo muerto en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.
Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre
ciego pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas. En esta costa soy el que despierta entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía, el que no quiere ver la noche.
Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente
en donde lloro a solas
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